Después de nuestro viaje en bici en agosto, decidimos dejar la ciudad. Ya nada tenía sentido cuando escuchamos de nuevo los carros pitar, vimos todas estas luces artificiales, sentimos el estrés del entorno… Desde hace mucho ese deseo ya estaba dentro de cada uno de nosotros, pero el momento de ariesgarse no había llegado todavía. Dejar la ciudad no se hace de la noche a la mañana. ¿Y a dónde ir? Lo opuesto a la ciudad para nosotros es el campo. Pero ¿cómo encontrar el lugar que nos permita sentirnos bien? Tuvimos ganas de vivir en lugares colectivos, en pueblitos no muy aislados, etc. Pero ¿cómo encontrar eso cuando uno no conoce el campo francés? ¿sin tener otro vehículo que nuestras bicicletas? ¿cuando uno no sabe realmente qué aportarle a su futuro lugar de vida?
Muchas preguntas que obviamente pueden frenar nuestras mentes y bloquear nuestras acciones. Así que encontrar una buena solución para no quedar de brazos cruzados: hacer wwoofing. Para actuar concretamente y permitirnos responder a nuestras preguntas, decidimos irnos donde realmente pasan las cosas. Ver lo que nos gusta, lo que nos disgusta, y así poder elegir conscientemente nuestro lugar de habitación. Como no hago las cosas a medias, por mi lado preferí dejar mi cuarto compartido. Eso me hace decirme que no hay marcha atras, la única solución para mí es mirar hacia delante, para encontrar una manera de vivir que corresponde a lo que quiero hoy y no caer de nuevo en la vida cómoda, pero ahora sin sentido, que conocí antes.
¿”Hacer wwoofing”? Básicamente, significa dedicar su tiempo a una granja (orgánica) a cambio de techo y comida. Pero eso va un poco más allá.
En la página Wwoof.fr, la elección es muy amplia. Muchas granjas están afiliadas a la asociación y no sabíamos por dónde mirar. Decidimos algunos criterios antes de empezar nuestras búsquedas. Queríamos que este primer wwoofing ocurriera en el sur de Francia (en la región Occitanie), que nos encantó atrevesar en bici este verano, y en una granja con cabras. A Felipe le encanta ese animal y le gustaría aprender a cuidarlas, y ¡a mí me queda bien! Mientras no lleguemos a una finca de ganado…
Teníamos casí seis meses libres delante nosotros así que lo ideal era quedarnos un mes en cada granja que hubieramos elegido (y que nos hubieran aceptado). Después de nuestras búsquedas, llegamos a la Ferme des Bouquets, donde Mélissa y Gilad, listos para quedarnos un mes entero. Pero un segundo confinamiento en Francia lo cambió todo y decidimos quedarnos un poco más de tiempo.
Llegamos al pueblo de La Caunette en el departamento del Hérault a mitad de octubre, después de haber pasado por las estaciones de tren de Montpellier y Narbonne. Y nos metieron muy rápido en el asunto.
Nuestras jornadas se desarrollan más o menos de la misma manera según las tareas por hacer. A las 7 de la mañana, es la hora del ordeño. Hay que darles de comer a las cabritas nacidas al inicio del año y ordeñar unas treintas cabras. Hay que cogerle la maña, no llega de inmediato, pero una vez el movimiento bien entendido se siente la diferencia con los primeros días.
Después de despertarse así en contacto con las cabras, tomamos el tiempo de desayunar antes de llevar las cabras a comer en los acantilados cerca de la casa. Hacemos eso cada dos días para no cansarnos demasiado, porque quedarse afuera durant tres horas siguiendo las cabras según sus ganas de comer y bajo cualquier clima (excepto lluvia, no les gusta) pues cansa a veces. Por las mañanas en las cuales no las cuidamos, llevamos las cabras a uno de sus parques para que puedan comer sin nuestra vigilancia, y nos vamos a la quesería. ¡Es aquí que fabricamos los quesos! Después de agregar el cuajo a la leche, hay que moldear, desmoldear, girar, voltear los quesos… Mucha agilidad, cada día la misma cosa, me encanta. El lado menos chistoso es que hay que limpiar todo, todo el tiempo, pues cuando uno trabaja con alimentos no se bromea con las reglas de higiene.
Al final de la mañana y luego por la tarde, nos dedicamos a otras obras más o menos pesadas: creación de unas escaleras de piedra seca, desmontaje de la cerca de un parque para las cabras, recolección de verduras en el huerto, etc. Luego, el fin del día llega para nosotros así como para los animales: vamos al aprisco para ponerles heno, damos cebada mezclada con suero y agua a los marranos (así como el compost de la casa), y luego vamos a buscar las cabras en su parque. A veces nos esperan en la entrada, pero muy seguido “se esconden” y nos toca buscarlas entre los arbustos. Abrimos los ojos bien grandes y sobre todo los oídos para percibirlas devorando las últimas hojas y bellotas del día. De regreso al aprisco, siguen comiendo heno y se acomodan para la noche. En cuanto a nuestras comidas, comemos la mayoría del tiempo con la familia que nos acoge y ¡se come muyyy bien!
Dormimos en una casita de madera, conocida como “la cabane”, con todas las comodidades: cama doble, estufa de leña, cocina, ducha y baños secos. Nos queda perfecto. Intentamos tomar tiempo libre cuando lo necesitamos, instaurando un día a la semana así como algunos momentos en el resto de la semana si sentimos que el cansancio está por llegar. Salimos a caminar y a tomar fotos en los alrededores, el paísaje es hermoso y tranquilizador (cuando uno se aleja de la carretera). No tenemos carro personal y es lo que nos podría hacer falta para irnos un poco más lejos, pero con el establecimiento del confinamiento en la mitad de nuestra estancia, ¡no es tan grave al final! Felipe disfruta mucho haciendo postres en la gran cocina común. Así que ¡tenemos derecho a un postre dos veces a la semana! ¡Si no es más!
Para concluir, esta primera experiencia de wwoofing fue llena de aprendizajes. Empezar de cero en algo no es siempre evidente. Y esta vez, ¡lo era para realmente todo! Eso repone las cosas en orden y no es muy fácil todos los días. Requiere mucha energía, sobre todo física. Lo que me faltaba un poco en la ciudad. Me gustó mucho despertar antes de las 7 a.m. (¡quién lo hubiera creído!) para hacer muchas cosas por la mañana, descansar al inicio de la tarde generalmente, y terminar el día al ritmo de las cabras. Me sorprendió mucho ver que podía dormirme todas las noches a las 9:30 p.m. (sobre todo al inicio). También me gusto mucho hacer ese wwoofing en companía de Felipe, pudimos ayudarnos mutuamente, darse trucos, ideas, y es chévere compartir todos estos momentos juntos en otro contexto.
No es solamente con esta experiencia que nos decidiremos sobre un futuro lugar de vida, de actividad, etc. así que nos gustaría seguir nuestros descubrimientos. Nos gustó el contacto con las cabras, hasta pensamos en tener unas, pero es solo una idea, ahora queremos ver lo que se hace en otras partes. Para nuestro próximo wwoofing, nos gustaría quedarnos en la región Occitanie o bien dirigirse hacia la región Bretagne. Lo que sí es seguro es que nos gustaría encontrar un campesino-panadero para aprender a hacer un rico pan con masa madre y harinas molidas en el lugar. Así que, ¡vamos a empezar a buscar eso!
¿Ya han hecho wwoofing?
¿Cómo les fue? ¿Les gustaría?